¿Joya? ¿Nunca fue taxi?

IT´S  WONDERFUL?  (¿joya?, no, no, please. no quiero escuchar nunca más eso)

JOYA!!!!

Ficción, pura ficción.

(Ninguna chica querida. Olvídense de eso. Este es el cuento sobre otra, otra clase de amada, sobre una Sabia de la Tribu, sobre La Sabia de la Tribu que elegí yo, y que me eligió a mí. Y de una otra, Otra cualquiera, de las que tienen el bloque paparazzi Rial Ventura en la cabeza, esas de las que solo llama y aguarda el escándalo. Ella puede contar, la paparazzo de barrio periférico. Un cuentista como yo, en cambio, puede contar todo, porque ha dedicado su vida a eso y a publicar. Mi vida es mirar y escribir. Mirada y escritura. Cuando miro, escribo. Cuando miro, hago fotografías. Autor.)  

¡JOYA! (NUNCA TAXI)

Por

AMILCAR MORETTI

Agosto, 2014

                                        “¡JOYA!”, dice cuando algo al parecer es muy encomiable para ella, lo máximo, como decían hace diez años los taxistas y mecánicos de autos: “¡Joya!”, poniéndole un puntaje a algo que era, a lo sumo, gracia solo por ellos apreciada. Pura grasada. Una grasada anacrónica, con una década de atraso, de demora, de rémora, hoy. “¡Joya!”, dijo la primera vez y no entendí del todo bien. No, dije, este es  otro momento del habla popular. Así me resonó, un eco del peor populismo mersa menemista.  Cerca mío me miraron, trataron de explicarse. Yo quise comprender, justificar: mi ánimo reformista, voluntarista. Pero no: lo decía: “¡JOYA!”, lo decía. Y remarcaba al decirlo el presunto valor de lo que escuchaba. Vuelvo: paternalista, lo disculpé como una herencia de lo popular entre los sectores bajos lúmpenes de la clase media suburbana, desgraciada. Sin gracias.  “La herencia del conventillo”, me hice recalcar en los oídos, casi  a modo de no escuchar. Al fin y al cabo, el pueblo es el que sabe, el que siente. ¿Sí? ¿El pueblo sabe? Mis preconceptos de izquierda. Pero ahí estaba: “¡JOYA!”. Estaba y está. Hasta el día en que llamó a casa a LA SABIA DE LA TRIBU para contarle Todo, según ella. Que yo había querido ponerle aceites aromáticos en…en.. Lo cierto es que antes se había puesto dos dedos en el interior de su…de… (me siento pajuerano al no poder nombrar). Sí, claro, una sesión de fotografía de desnudo. Su casa, la de ella, una base de prefabricada de estructura decente, honesta, franca. Me gustó. La sentí a mi medida, en medio aún del gran quilombo, un quilombo fresco y fotografiable, ameno. Y olor a humedad. Ella, linda, desnuda, bajita, bastante bajita. Se suceden como escenarios la cocina, la mesada, ella desnuda sentada en su borde, entre platos sin lavar. Le indico que cierre y abra las piernas entre los platos y cubiertos de su noche anterior, y abre las piernas, lindas por cierto. Le indico que se cubra al descuido con una mano la zona genital. Lo hace. Un día antes no sabía cubrirse con mano accidental. Ahora lo sabe, le enseñé. Siguen la fotos, unas 1.500 en total en toda la sesión. Nunca registro menos que esa cantidad. Le digo que entreabra sus dedos encubridores: lo hace. Le consulto si se anima a colocar un dedo entre sus labios. Lo hace y me pregunta: “¿Así están mejor?” Le digo que sí pero aún no lo sé, no he vuelto a ver esas fotos (a veces tardo muchos meses en revisar el material de una sesión). Sí recuerdo muy bien, en cambio, su sonrisa y su mirada hacia mí. ¿Así están mejor?, pregunta sobre sus labios, que desbordan a cada lado de su dedo mayor. Me detengo, estoy de pie, intacto, inmune fiológicamente, ella sentada en el borde de la mesada iluminada por dos ventanas, creo recordar. Le pregunto, le consulto si se anima a poner el dedo en su cavidad. Lo hace sin decir nada. Un dedo, dos dedos. Una hora antes, o después de eso, no recuerdo del todo, hubo que nutrir e hidratar su cuerpo: tenía grandes carencias de nutrición epidérmica y estrías y sequedades no fotográficas, no para este tipo de imagen. Las areolas de sus pezones operadores se constreñían, se agrietaban, No suelo usar asistente de maquillaje y vestuario. Le alcanzo a ella aceite trifásico brasileño, suave y terso, aromático, que deja una fina capa de oleosidad sutil. Llega a parecer algo natural de la piel. La ayudo con la espalda, con los muslos en la parte trasera, con sus nalgas (“No me toques el culo”, dice. “No es culo. Son los glúteos, las nalgas”, corrijo. Acepta.) Le digo que se de la vuelta y se ponga de frente: paso aceite entre sus piernas, pantorrillas y muslos. Le digo que abra un poco más las piernas. Hasta unos diez centímetros del periné. Solicito su permiso para cubrir esos centímetros. Nada más, hasta allí, no los genitales. Ahí cambia de opinión, se niega molesta, insisto algo y entonces lo acepto y, acto seguido, por dos o tres horas  registramos cientos de fotos de intimidades corporales.  Hay un viaje pendiente con sesiones en Buenos Aires Ciudad. Implica convivencia, a veces, las 24 horas. No genitalidad. La sexualidad no es una prohibición ni una obligación.  Ni imprescindible ni prohibido. No se habla de eso, o nunca lo hablan en esos términos, no se animan, rehúyen. La genitalidad es un asunto que debe ir consensuado, siempre. Pienso seriamente por eso que les suele resultar más “fácil”, menos conflictivo, menos “penetrante”, lo torta. No es tanto una naturalidad o vocación sexual o de género o identidad, como una coartada, un camino menos espinoso. Lo hétero implica expectativas y compromisos. Y no saben de eso, no conocen eso: vienen de grupos familiares despadrados. Lo torta, lo lesbi, como experiencia ocasional en la mujer joven, hoy, no es más que un aturdimiento, un ruido para engarañase y enganar, “soy liberada, emancipada”, se dicen. ¡Minga, un carajo!  Es simplemente rehuirle al bulto. Mo digo siempre, el gran pavor a la Pija. Y  ahí llama a mi casa para hablar con La Sabia de la Tribu. Le cuenta. Quise tocar sus genitales, introducir en ellos, al parecer, se ¿escandaliza? Viene de una noche torta con una desconocida en Buenos Aires, pero el varón masculino hétero es lo que las confunde. ¿Qué hacer con ese varón hétero masculino, en principio si no hubo paternazgo en el origen?  Dedos inconsultos no funcionan -los míos- allí: una razón primera muy sencilla: me hubiese sentido mal. Como una violación: no soy de los que fantasean disfrutar con violaciones; una mujer me hace sentir bien si me dice desear estar (ella) conmigo. De lo contrario es la impotencia para mí. Las fotos registradas indican que los únicos contactos intromisorios (?) son consigo misma. En el territorio de lo expresivo, sucede que para mí es muy difícil, complicado, no resuelto aún, el tema de lo llamado pornográfico, del sexo explícito, si se quiere. No pienso que deba ser intolerable por sí mismo en imágenes, pero sí estoy bien seguro que para mí es un género al que no me animo, como tantos otros. No me animo a registrar fotografías de pájaros porque no sé cómo hacerlas. Un pájaro en foto debe tener un valor expresivo. Una vulva en fotografía debe tener siempre un plus dramático. Si no hay sustancia dramática no vale, no tiene expresividad, no sirve como objeto expresivo de autor. No me interesa y si sé que no sé hacerlo bien.  Una actividad genital entre dos personas, por ejemplo del mismo sexo, como acostumbran muchas modelos, debe tener para mí un plus de dramaticidad para que, como obra expresiva, tenga intensidad, algo que decir, una sugerencia, un plus… Ellas mismas me han hecho el ofrecimiento, trabajar con una pareja de muchachas, y siempre lo he rechazado: no sabría cómo completarle, hacerle síntoma, ponerle el acento al distintivo dramático, de tensión, de conflicto. La Sabia de la Tribu la escucha: escucha su escándalo. Lo tolera, lo perdona. No hizo falta que consultase con el Consejo de Sabias de la Tribu. Esas cosas carecen de valor allí. La Sabia de la Tribu habla conmigo, reflexionamos, intentamos comprender. Yo me incluyo entre los objetos de comprensión. Sufro mucho, bastante, varios días. Pero siempre he tenido una fuerza descomunal de recuperación. Estoy en el ring de nuevo, entreno muy bien, casi todos los días. Aprendo. Aprendo mucho, aún. Y enseño, claro, siempre. El miedo, el resentimiento, la envidia de los otros, he visto en otros casos recientes, abundan pero pueden al final manejarse a distancia. La Sabia de la Tribu dice que lo importante es que no me haga daño y que lo que haga me produzca disfrute y crecimiento. Yo soy un pensador, un reflexivo, un tipo que medita, se informa, lee, compara, medita, saca conclusiones, escribe. La Sabia de la Tribu es de otra categoría. Es Mujer también. Mujer, sobre todo.  

 

 

RedsFanatic01

Actualizado el 13/1/2011