MIS TRABAJOS Y DÍAS

El déshabillé de la abuelita glamorosa. Texto e imágenes por AMILCAR MORETTI

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               Me llama y anuncia que llegará tarde. Llega a las 13 en punto, incluso unos minutos antes de lo pactado, según mi reloj. Tiene un rodete con un broche rojo que le despeja el rostro, blanco, de ojos grandes y oscuros y los labios granate. Trae unas sandalias blancas con plataforma que la elevan casi al metro ochenta. Entra vital y alegre, rápida como burbuja de champán a la suite de San Telmo, Buenos Aires. Me besa y abraza: “Esperáme quince minutos”, dice, y sale de nuevo después de dejar sus cosas en el suelo y sobre la cama. “¿Qué hacés? ¿A dónde vás?”, pregunto. Grita desde el ascensor: “¡Ya vuelvo, en quince minutos vuelvo!” No preocupo. Con las manos en los bolsillos vuelvo a la suite y me siento a la mesa de la kitchenette mientras sigo con el mate y la lectura subrayada de una psicoanalista argentina que afirma que “por momentos  vivir en tensión resulta un logro, la posibilidad de salir o reponerse de estados de astenia y desvitalización”, aunque lo que sigue en su razonamiento, si lo aplico a mí, es preocupante, ¡ja!

(Silvina Pérez Zambón, “Vivir en tensión, una alternativa a los estados de desvitalización”, pág. 20 de Actualidad Psicológica, mayo 2015, Buenos Aires).

                          Pero a los quince minutos ella  golpea a la puerta, le abro, recorre el pasillo hasta el balcón y me interpela, enfática, “¿Qué tal…?” y deja caer desde los hombros hasta el suelo un largo déshabillé  transparente de seda blanca con bordes rosados acompañado  con un camisón también vaporoso. “¡Debe haber sido de una abuela glamorosa y sensual!”, explica y me pregunta a mí, atónito, sin entender demasiado: “¿Qué te parece?”. Es una nena con permiso para juguete. “¡Divino, divino, lo usamos, lo usamos!”, repito. “Rebarato, en la feria americana del shopping”, me dice como si yo supiese de qué habla.

Y sí, pienso, ha de quedarle bien, desnuda debajo, que es como va a estar toda la jornada en la sesión de fotos. Se maquilla, se pinta los labios aún más rojos y se calza unas medias blancas con elástico a media pierna y unos stilettos rosa altísimos, gamuzados. Y el déshabillé con cinturón. No lo cierra, permanece abierto. Se sienta en la cama mirando hacia la ciudad a través de la gran puerta ventanal. C comienzo las fotos. Dejo que ella haga. Solo elijo cámaras, objetivos, puntos de mira, trato de no imaginar cómo ha de salir todo. Hay un sol hermoso y la temperatura es agradable. En la terraza de enfrente, a unos 200 metros un robusto pelado practica boxeo y lanza golpes con guantes a un joven que pone las palmas calzadas con unos guantes chatos especiales, siempre a la misma hora. Y ella mientras, en Buenos Aires, está sentada sobre el cubrecama blanco impecable, aún con el rodete y el broche rojo hasta que en un momento, no se cuándo, suelta toda su melena oscura ondulada de leona.

AMILCAR MORETTI.
Mayo 2015, San Telmo, Buenos Aires, suite 7mo. Babel, a dos cuadras de la 9 de Julio.

AMILCAR MORETTI. Mayo del 2015, en suite de San San Telmo, Buenos Aires, 7mo. piso con balcón.
AMILCAR MORETTI. Mayo del 2015, en suite de San Telmo, Buenos Aires, 7mo. piso con balcón.
AMILCAR MORETTI. Mayo 2015. Buenos Aires.
AMILCAR MORETTI. Mayo 2015. Buenos Aires.
Amilcar Moretti. Mayo 2015. Buenos Aires.
Amilcar Moretti. Mayo 2015. Buenos Aires.
AMILCAR MORETTI. Mayo 2015. Buenos Aires.
AMILCAR MORETTI. Mayo 2015. Buenos Aires.
AMILCAR MORETTI. Mayo 2015. Buenos Aires.
AMILCAR MORETTI. Mayo 2015. Buenos Aires.

              Trashumante de invierno y verano, buscadora de su lugar en el mundo, chica del trapecio y equilibrista a veces sin red. Muchas veces, aniñada, de figura monumental y gestos amplificados de brazos y manos y ojos y cabello. Ahora con melena oscura ondulada, larga. Anuncia amilcar autorretrato, mayo 2015. WEB. P1140785que al día siguiente vendrá con el cabello alisado. Se lo prohíbo, le digo que así es una leona con melena de león. Ha dormido en San Pablo y en Londres sobre colchones en la calle, dice. Que ha comido de la fruta buena que los hipermercados sacan a la calle cuando cierran a la noche. Sin embargo, a la noche me pide que la acompañe dos cuadras hasta avenida Yrigoyen a tomar el colectivo que va hacia el norte. La tomo del brazo. Ella rehúsa y dice: “No, así”, y cuelga la mano de mi brazo doblado como una pareja sacramental de los años 40. Le digo: “¡No. Si vas conmigo, yo te llevo! Yo agarro, yo le digo al que viene o espera: “Quía, ella viene conmigo”. Nos abren paso, nos saludan por las vereditas angostas de la calle México, chicas, chicos, una hora antes de medianoche. El pibe de la pizzería está en la puerta y escucha al Cigala a todo volumen con “Brumas del Riachuelo”. La temperatura es agradable. Se sube y se va en micro. Me quedo solo y con las manos en los bolsillos miro hacia el Obelisco.

 

 

 

 

 

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